miércoles, 14 de marzo de 2018

Otíñar, un paraje lleno de errores y "topicazos" históricos (VI): el supuesto conflicto de símbolos


Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante
Alejandro Casona (1903-1965), dramaturgo español


En este nuevo post dedicado a desmantelar ciertos errores y topicazos históricos sobre el valle de Otíñar, nuevamente, traemos a colación la historia del valle en el siglo XX, y su intento de manipular su memoria histórica por unos pocos. Citando a mi buen amigo e historiador Manolo Fernández “si quieres cambiar el futuro, estudia el pasado…, pero no me cambies el pasado, pues sería engañarnos…”, todo en pos de una ficticia nostalgia de cualquier pasado, que como también dice Manolo Fernández “es legítima (…) en las películas personales de cada cual (…). Pero esa nostalgia deja de ser cosa personal, cuando afecta al presente. Y lo afecta de muchas formas, y la principal es la evasión al pasado que ofrece, postergando la intervención en el aquí y ahora”. En definitiva, desde la tarea que realizamos los historiadores nuestra verdadera labor es hacer efectiva la famosa de frase del poeta romántico inglés, Lord Byron, que dice: “El mejor profeta del futuro es el pasado”.

En el post anterior ya hablamos de una verdadera manipulación histórica cuando por parte de la llamada plataforma de Otíñar, se presentaba un informe a la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, firmado por su miembro Narciso Zafra de la Torre, en el que se venía a decir afirmaciones quiméricas e indocumentadas, como que el que fuera propietario de la Hacienda Santa Cristina tuvo implicación e incluso posible autoría en el bombardeo franquista de la ciudad de Jaén en 1937, que la denominación “Hacienda Santa Cristina” fue un invento de dicho propietario en la posguerra, o la presencia de un supuesto batallón o compañía en Santa Cristina tras la guerra con el objetivo de amedrentar y atemorizar a los colonos allí residentes (véase post anterior). En esta líneas hablaremos y seguiremos comentando el antedicho informe, en lo que en el mismo se titula “conflicto de símbolos”, donde hace especial mención a aspectos toponímicos y gentilicios.

Valle de Otíñar y parajes de las Vegas Altas
y Fuente de la Olivillla, desde el castillo.
Respecto al argumento que Zafra de la Torre ofrece sobre el supuesto conflicto entre la comunidad campesina y la propiedad latifundista y su reflejo en la toponimia, hay que indicar que el mismo en muchas partes no posee rigor histórico alguno ni está contrastado con fuentes documentales, pues sencillamente ni se citan, estando basado por lo tanto en la opinión subjetiva que este investigador tiene sobre lo que pudo haber pasado. Pese a no estar documentado, este tema es tomado por algunas personas, como el presidente de la plataforma de Otíñar, Juan Carlos Roldán, como una verdad absoluta, repitiendo la misma en diferentes medios de comunicación, lo cual hace que dicho error o quimera se expanda aún más.

Pasando a comentar lo expuesto por Zafra de la Torre, hay que indicar que no es cierto, como se señala en el escrito, que en 1824 la Corona desamortizara el paraje de Otíñar, pues queda demostrado que este pasó a manos privadas en 1827 y no antes. No siendo cierto tampoco que en 1845 no se cumplieran las condiciones establecidas por la Corona al fundador de Santa Cristina, que estaban basadas en la construcción de la aldea colonial y el establecimiento de quince familias, pues hay sobrada documentación que demuestra que desde la década de 1830 el núcleo de Santa Cristina ya existía como tal y estaba habitado por diferentes familias de colonos, como puede observarse en el padrón de vecinos de Otíñar de 1840.

Asimismo la justificación que ofrece al respecto, basada, primero en que los límites de la aldea eran los de una propiedad latifundista, dando a entender que no se cumplió con lo establecido con la Corona al no constituirse una aldea libre, y segundo en que, sin embargo, sí se convirtió en una propiedad latifundista en la cual la relación entre colonos y propietarios era meramente contractual al arrendarse casa, tierras, etc., no está contrastada con las fuentes y contexto histórico en que se desarrolló la colonización del valle de Otíñar en el s. XIX, como ya comentamos en un post anterior.

Trabajos agronómicos-catastrales de 1901. Fuente: AHPJ.
Igualmente, si apuntamos un poco más al respecto, cabe decir que cuando el fundador de Santa Cristina adquirió los terrenos que conformaron el heredamiento de Santa Cristina, éstos fueron vendidos por el Ayuntamiento de Jaén en 1827 a censo reservativo lo que suponía, según recogió incluso posteriormente el primer Código Civil, que a partir de ese momento los mismos pasaban al comprador en pleno dominio, teniendo éste que cumplir con lo mandado por la Corona (reconstrucción de Otíñar/construcción de Santa Cristina) y obligándose a pagar anualmente un canon, que finalizaría cuando se pagara el último plazo de la cantidad en que fue tasada la venta, 153.207 reales y 12 maravedíes, lo cual finalmente se hizo. Ante esto es lógico que en Santa Cristina no encontremos los elementos típicos de una población normal como son el contar con un término municipal propio, un concejo e instituciones municipales, así como la administración de justicia en primera instancia, pese a que la misma se le conocía como villa de Santa Cristina, título honorífico (no condición de iure) que le dio en 1831 la entonces reina consorte Mª Cristina de Borbón, tal cual recoge el diccionario de Pascual Madoz (1847). De hecho, la única figura de carácter concejil que se dará en Santa Cristina será la de un alcalde pedáneo o de barrio, la cual encontramos a partir del último tercio del siglo XIX, a raíz de la Ley Municipal de 1870, modificada posteriormente durante la Restauración, en cuyo artículo 34 se obligaba a que los espacios de población apartados del casco urbano contaran con esa figura, sin distinguir en que los mismos fueran aldeas o cortijadas, como ocurre, por ejemplo, en el caso de la cortijada de Lendínez (Torredonjimeno, Jaén), donde encontramos la figura de un alcalde pedáneo.

Vegas de Otíñar y paraje de las Alcandoras.
Tampoco tiene sentido ni está basado en documentación alguna el argumento que se ofrece sobre cómo de una relación contractual entre colono y fundador al poco tiempo de fundarse Santa Cristina, pasadas dos generaciones, dicho modelo cambia debido a que los vínculos de parentesco y vecindad otorgan a las nuevas generaciones de colonos otiñeros derechos sobre determinadas tierras, ya no solo por contrato, sino por la costumbre y el reconocimiento de los convecinos, lo que llevó a un conflicto por resistirse al dominio absoluto de la propiedad sobre la tierra que duró hasta la Guerra Civil. Como decimos esta interpretación interesada de la Historia no se corresponde con la realidad, pues tanto entonces como ahora los derechos sobre el uso y disfrute de un bien arrendado se dan mientras existe una relación contractual, la cual termina cuando una o ambas partes lo acuerdan, o se renueva cuando ambas partes están de acuerdo en ello. Ante esto, y sumado, como señalamos en otro post, a que en Santa Cristina se daba un modelo productivista y lucrativo, fue muy común que muchos colonos arrendatarios o aparceros de Santa Cristina, una vez conseguían prosperar y ganar dinero, marcharan a otros lugares donde invertían lo ganado en tierras y casa propias, como, por ejemplo, fue el caso muchos miembros de la familia Pareja, colonos valdepeñeros asentados en Santa Cristina desde su fundación, los cuales pasaron a residir a Los Villares a finales del siglo XIX, donde contaban con vínculos familiares. Igualmente podríamos citar el caso del que fuera colono Cándido Chica Buitrago (tío paterno de Juan A. Chica, alcalde  pedáneo socialista accidental de Santa Cristina durante la Guerra Civil), que en 1955 era propietario en el paraje de Puerto Alto del llamado Cortijo de Cándido, colindante con la Hacienda Santa Cristina. En dicho lugar este otiñero poseía una propiedad bastante amplia, con unas 103 ha. de tierra, de las que 25 eran de olivar, 75 de pasto y 3 de pinar, además de otras 75,15 ha. de tierra de pasto en el paraje de la Merced, colindante con el anterior terreno, que hoy día siguen disfrutando sus descendientes.

En otro orden de cosas y siguiendo con el comentario del trabajo que hace Narciso Zafra, no es cierto el argumento y reflexión que ofrece sobre el uso de los topónimos Otíñar y Santa Cristina, pues si bien como dice el paraje y antigua aldea se conocía y conoce indistintamente como Otíñar o Santa Cristina, según vemos en la documentación, el gentilicio que siempre han tenido los colonos o personas residentes en el valle fue el de otiñeros, no siendo éste jamás sustituido por el de santacristinenses, sencillamente porque dicho gentilicio nunca existió, ello es pura invención de Zafra de la Torre.

En este sentido tampoco es cierto el argumento que viene a decir que el topónimo preferido por los propietarios y administraciones fue el de Santa Cristina, mientras que el tradicional de Otíñar era usado por los vecinos de la aldea, siendo según Zafra de la Torre un elemento de resistencia frente a la propiedad latifundista. No entendemos a qué se debe dicho argumento pues desde luego no está basado en documentación alguna, ya que ésta ofrece precisamente una realidad distinta, pues vemos que desde la fundación de Santa Cristina hasta la actualidad los topónimos Otíñar y Santa Cristina han venido usándose indistintamente tanto por los propietarios[1], como por los colonos y administraciones públicas. Sirva como ejemplo un documento dirigido por el antiguo propietario José Rodríguez de Cueto a Confederación Hidrográfica del Guadalquivir donde hace mención a la “aldea de Otiñar” (véase post anterior).

Recibo de 1936 firmado por el alcalde pedáneo, Manuel Sutil.
Como ya señalamos en post anteriores, no podemos considerar tampoco como argumento sustentado, pues es una manipulación absoluta, el que se ofrece sobre el cambio de nombre de la aldea y que, según Zafra de la Torre, se da tras la Guerra Civil en que la propiedad “pasa oficialmente de ser Aldea de Otíñar a Hacienda Santa Cristina”, con lo cual se intenta legitimar, según él, la privatización de la zona y convertir a la comunidad campesina en jornaleros eventuales que trabajan en un latifundio. Comunidad que, prosigue diciendo, se desintegrará como parte del proceso de destrucción de la misma. Al respecto de esto, comentar nuevamente que desde su origen en 1827, Santa Cristina surge como una colonia agrícola o hacienda en virtud de las políticas colonizadoras de matiz liberal de principios del siglo XIX, tal y como hemos comentado ya, razón por la cual una vez se inscribe por primera vez en el Registro de la Propiedad en 1876 se describe la misma como “Una finca o heredamiento llamado de Otíñar situado en la Sierra de Jaén término de esta capital”. Recordemos que según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, un heredamiento consiste en una hacienda de campo. Pero, no obstante, el término hacienda para referirse a la propiedad ya se venía usando en el siglo XIX, como se ve, por ejemplo, en un protocolo notarial de 1876 donde se dice: “la mitad de los productos líquidos de la hacienda o heredamiento llamado de Santa Cristina ó Otiñar”. Pero es más incluso en varios recibos realizados al poco de iniciarse la Guerra Civil, algunos de ellos firmados por el entonces alcalde pedáneo socialista de Santa Cristina, D. Manuel Sutil Mata, se indica claramente "Hacienda Santa Cristina".

Tampoco resulta en este sentido un argumento de peso, el que se ofrece sobre la denominación que se daba a casas y tierras por parte de los colonos y sus descendientes, y que a consecuencia de ello los propietarios vieran como los derechos de apropiación y explotación de las familias arrendatarias limitaran los suyos, pues generalmente dichas denominaciones eran efímeras y su durabilidad empezaba y terminaba mientras las personas arrendatarias a las que hacía referencia vivían o pasaban pocos años de su muerte, cosa que ocurre en diferentes espacios agrícolas españoles. De hecho, si analizamos la documentación del valle desde el siglo XV podemos ver esa evolución toponímica y nominal en algunos casos se ha mantenido, en otros se ha modificado y en otros ha cambiado. Sirva como ejemplo el caso que indica Narciso Zafra sobre la llamada “Casa de Tía Virginia”[2], en alusión a su tía abuela paterna Virginia Buitrago Ramírez, nombre éste que se daba en el ámbito familiar, no aldeano, y que terminaría cuando Virginia Buitrago dejó de residir en dicha casa. Igual ocurrió con las diferentes suertes de tierra o espacios agrícolas donde los nombres fueron cambiando desde la fundación (según se observa en diferentes escrituras de arrendamiento) hasta la actualidad en que es posible que la nueva propiedad haya dado nuevos nombres a dichos espacios, conservando otros que se han venido dando desde la fundación de Santa Cristina, como el Hoyón, la Rinconada, Barranco de los Neveros, etc. Asimismo, resulta cuanto menos casi ingenuo lo apuntado por Zafra de la Torre cuando indica que como elemento de rebeldía los otiñeros no iban, por ejemplo, a la Calle de D. Jacinto Cañada, nº 12, sino a la Casa de Tía Virginia. Inaudito, pues no creo que cualquier persona, antes y ahora, a la hora de ir a casa de sus abuelos diga que va a la “Calle Nueva, nº 1” o en una declaración de bienes señale “Casa del abuelo Francisco” en lugar de “Calle Llana, nº 7”, como signo de rebeldía contra el sistema.

Plano de Santa Cristina realizado en 1888. Fuente: IEG.
Otro ejemplo de argumento erróneo históricamente que se ofrece sobre este aspecto es el que señala que hasta 1893 las calles de Santa Cristina se llamaban San Fernando y Virgen de las Mercedes, pasando a llamarse de calle de Don Jacinto Cañada y Plaza de Don Juan Antonio Martínez, lo cual es falso pues si bien en 1840 la calle principal se llamaba de San Fernando y la Plaza de la Constitución, en un plano realizado en 1888 por el ingeniero militar Luis Berges, se indicaba que ya entonces la calle principal era de Don Jacinto Cañada y la Plaza de Santa Cristina, pasando ésta a estar dedicada al que fuera propietario Don Juan Antonio Martínez, seguramente tras la muerte de éste en diciembre de 1888. Entendemos que quizá ello se deba a un lapsus. Tampoco es cierto que con ello se intentara remarcar el dominio privado sobre espacios de supuesto uso público, pues volvemos a reiterar que Santa Cristina surgió como una aldea colonial privada o particular, en la cual evidentemente el nombre del callejero era puesto por la propiedad y no por ninguna autoridad pública.

Como vemos la historia del valle de Otíñar sigue estando por escribir, pero esa historia, que sirve para conocer más y mejor su patrimonio, debe hacerse partiendo de un método y desde las fuentes documentales, principalmente, pues de lo contrario su redacción caería dentro del subjetivismo, hecho éste muy peligroso, pues la historia sería un campo abierto para la manipulación de cara a justificar un determinado interés. Ello nos devuelve a la frase de Manolo Fernández que citábamos al inicio de este post: “si quieres cambiar el futuro, estudia el pasado…, pero no me cambies el pasado, pues sería engañarnos…”.


José Carlos Gutiérrez Pérez




                [1] En la propia hoja de servicio de José Rodríguez de Cueto se indica varias veces que se le dé licencia por enfermedad para ir a “Otiña”. De igual forma en su acta de defunción consta que su enterramiento debía de ser en “Otíñar”. Hoja de Servicios de José Rodríguez de Cueto conservada en el Archivo General Militar de Segovia.
                [2] Recordar que muchas de las referencias toponímicas que se citan aquí y que Narciso Zafra recoge en un artículo, no son las que usaba la generalidad de los otiñeros, sino que más bien obedecen a las que usaba su padre, D. Cándido Zafra Buitrago, persona conocedora del valle que ayudó a Narciso en la elaboración de sus investigaciones sobre el mismo. Ello se refleja muy bien en algunos topónimos como “Casa de Tía Virginia” (Virginia Buitrago Ramírez, tía materna de D. Candido), Rotura del Tío Juan María (Juan María Ramírez, familiar por línea materna de D. Cándido), etc. Véase: Zafra de la Torre, N. (2004): «Nombrar, apropiar. Arqueología del paisaje y toponimia en la aldea de Otíñar (Jaén), (1300-2000 DNE)». Arqueología y Territorio Medieval, 13.2. Jaén, pp. 23-58